Robert Capa, Françoise
Gilot y Pablo Picasso en la playa de Golfe-Juan, 1948
Al considerar la arquitectura como cualificación
de un lugar con características propias, necesariamente se establece un límite
con su entorno, que no tiene por qué ser físico pero sí perceptible,
estableciendo una distinción entre espacios.
Abrir una sombrilla es una manera de
construir de forma súbita un edificio donde estamos protegidos siempre y cuando
permanezcamos en su proyección; extender una esterilla o toalla en la
arena de la playa es crear un suelo nuevo, transformar el que hay, y nos ofrece
unas cualidades que no existen más allá de su perímetro. Ambos casos pueden ser
entendidos como acciones arquitectónicas donde se produce la imposición de un
límite fácilmente acotable y reconocible.
Hay
otros ejemplos donde esa limitación de espacios no es tan evidente, pero
igualmente válida. Un fuego tiene la capacidad de construir y cualificar un
lugar al establecer un límite energético, del mismo modo que la luz de un faro
o el sonido de las campanas de una iglesia definen un territorio. Da igual la
forma de materializar ese límite, puede ser impenetrable, discontinuo, difuso,…
incluso puede ser variable en función de quién lo establezca. Una persona
desnuda en medio de la calle es capaz de construir arquitectura, de marcar un
límite a la distancia que el espectador crea oportuno, siendo el grado de
acercamiento proporcional a la relación que exista entre ellos.