Santuario Ise, Japón
"Al entrar en el territorio que tiene
a Eutropia por capital, el viajero ve no una ciudad sino muchas, de igual
tamaño y no disímiles entre sí, desparramadas en un vasto y ondulado altiplano.
Eutropia es no una sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está
habitada, las otras vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en
que los habitantes de Eutropia se sienten asaltados por el cansancio, y nadie
soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a
la que hay que saludar o que saluda, entonces toda la ciudadanía decide
trasladarse a la ciudad vecino que está allí esperándolos, vacía y como nueva,
donde cada uno tomará otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las
ventanas, pasará noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias. Así sus
vidas se renuevan de mudanza en mudanza, entre ciudades que por la exposición o
el declive o los cursos de agua o los vientos, se presentan cada una con
ciertas diferencias de las otras. Como sus respectivas sociedades están
ordenadas sin grandes diversidades de riqueza o de autoridad, el paso de una
función a la otra ocurre casi sin sacudidas; la variedad está asegurada por los
múltiples trabajos, de modo que en el espacio de una vida, rara vez vuelve uno
a un oficio que ya ha sido el suyo. Así, la ciudad repite su vida siempre
igual, desplazándose para arriba y para abajo en su tablero de ajedrez vacío.
Los habitantes vuelven a recitar las mismas escenas con actores cambiados;
repiten las mismas réplicas con acentos diversamente combinados; abren bocas
alternadas en bostezos iguales. Sola entre todas las ciudades del Imperio,
Eutropia permanece idéntica a sí misma. Mercurio, dios de los volubles, patrón
de la ciudad, cumplió este ambiguo milagro."
Italo Calvino, Las
ciudades invisibles, 1972