Eliot Elisofon, Marcel
Duchamp Descending A Staircase, LIFE Magazine, New York, 1952
“Nadie habrá dejado de
observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube
en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca
paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se
repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables.
Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la
derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un
peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos
elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio
que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá
formas quizás más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una
planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de
frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La
actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin
esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los
peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y
regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del
cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre de cuero o gamuza, y
que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer
peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte
equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse
con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir
hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y
en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más
difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre
entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no
levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)
Llegando en esta forma al
segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse
con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de
talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del
descenso.”
Julio Cortázar, Historia de
cronoscopios y de famas, 1962