Escalera de los juzgados
de Gotemburgo de Erik Gunnar Asplund
Con la homogeneización de las estancias o la creación de espacios
imposibles lejos de cualquier diálogo con el cuerpo, el hombre se ha visto
relegado de su papel de protagonista para tener que someterse a la arquitectura
y tratar de ir adaptándose a ella y colonizarla para sacarle su beneficio.
Proyectamos atendiendo a las estancias, a los escenarios fijos donde se
desarrollan nuestras acciones, de tal manera que construimos lugares idóneos
para el desarrollo de ciertas actividades. En algunos casos el comportamiento
viene inducido por la arquitectura que en ocasiones también se ve condicionada
por los usos que va a cobijar. Aparecen lugares donde el espacio es formalizado
desde el movimiento, basados en cómo nos desplazamos por él, en los cuales
podríamos decir que danzamos. No se trata ya únicamente de las sensaciones que
percibimos tras la utilización de ciertos recursos en la arquitectura, sino en
cómo interactúan cuerpo y espacio; la respuesta del cuerpo a través del
movimiento hacia esa experimentación sensorial. La formalización de estos
espacios no es algo azarosa, sino que detrás de ellos hay una clara
intencionalidad por parte del arquitecto de ‘explorar las distintas formas en
las que cierto cuerpo pueden relacionarse con cierto espacio’ (Medellín, 2010,
p.27). (…)
Existen situaciones, como la escalera de los juzgados de Gotemburgo de
Erik Gunnar Asplund, en la que se controlan variables como el ritmo y la
velocidad de subida a través de controlar el desarrollo de los peldaños lo que
pone de manifiesto que esos parámetros no formales permiten controlar el
movimiento. Bajo esta idea, podemos encontrar varios ejemplos en el mundo de
las artes. Procesos creativos que hacen uso del cuerpo en el espacio para
explorar cómo se relaciona con los límites, ya sea de una escalera, un
escenario, o un pasillo.